lunes, 16 de junio de 2008

El Cuento del Té y los Cuchillos II


Hoy les comparto la continuación de este cuento surrealista; en esta parte se hallan mezclados muchos elementos que pueden guiar al lector a clarificar las ideas, es esta quizá, la parte clave en la historia que cuento, espero que la disfruten...

Ah, este cuadro tambien es de Dali.

Siendo niño como era, mi razonamiento dejó de ser concreto y empecé a fantasear, me trepaba las paredes como si de esa manera pudiera al menos llegar a la estratosfera y de ahí saltar a la primera estrella que se dejase tocar, nunca llegué a la estratosfera, ni siquiera al techo, lo que yo trataba de evitar a toda costa era que la desesperación tocara mi puerta, era imposible mantenerla alejada de mi ventana desde donde observaba todo lo que yo hacía, sabía que yo la odiaba, por eso me seguía la muy astuta; por fortuna hallé una forma de esquivarla, me ocupaba en otras necesidades, cuando ella se asomaba simplemente la ignoraba y se iba de mi, derrotada.

Dejé de pensar en la idea de subir, me concentré mejor en volver, tratar de hallar la manera de acercarme a ella, fui a su jaula una vez más, la vi ahí entre los barrotes, se veía mas grande de lo que recordaba, era yo el pequeño en realidad, ella me había visto pero me ignoraba, me sentía cercano a ella y a la vez, mas lejano que nunca, sentí que podía hablarle pero que de todos modos sería inútil pues no me oiría, preferí irme sin hacer el menor ruido, caminé por el largo pasillo que me sacaría de allí, agachaba mi cabeza en expresión patética, me dolía el corazón, lo sentía como un coagulo de sangre atravesado en la garganta, yo la quería mucho, mas que a nada, como si mi valor dependiera de lo que ella pensaba, de lo que ella decía.

Ella era hermosa, delgada, morena y su rostro proyectaba cierta picardía inocente, sus ojos eran del color de la miel reposada en un cristal iluminado por el sol, su olor era el olor del cielo, dulce, cítrico, mezclado con la sal de su cuerpo, ella no tenía nombre y a la vez los tenía todos, se llamaba Angélica, Nancy, Anabela, Luana, Ursula, Clara, Ileana, Ana, y todos los demás nombres, se llamaba Lilith y Astarté también, de manera que con cualquier nombre la invocaba yo, pero era inútil pues de ninguna forma me escuchaba.

Así que la última vez que la vi hermosa, le tomé la mano y se la besé tratando de ocultar de alguna manera el dolor que sentía, pero ella intuyó odió en mis ojos, quizás adivinó tan bien, tanto que descubrió algo que yo mismo no me había atrevido a advertir, que en verdad yo la odiaba, se trastornó y su rostro se volvió como el de una bestia indescriptible, tan horrible que temí por mi propia vida, y por la de ella pues sabía que la bestia que tenía enfrente no era mi amada, pero quería devorarla, tomé la espada que ella guardaba en su pecho y quise cortar su garganta, pero no pude y ella me atrajo a sí, me sedujo y no me di cuenta en qué momento estaba masticándose mis ojos y quedé ciego.

Y me fui de allí torpemente, me tropezaba con todo y caía al suelo, sentía la sangre caliente que bañaba mis mejillas, y el vaho del aliento de la bestia aún tibio cerca de mi nariz, era niño apenas pero ya conocía el dolor de haber sido lastimado y herido como en una guerra de las mas crueles, y la ira escapo de mi ser y el deseo de venganza no vino nunca, sino una extraña compasión por mi mismo y por ella, pero ya no podía decirle nada, no fuera a ser que incluso mis labios perecieran, mi lengua fuese cercenada hasta su nacimiento y mis dientes fuesen quebrados uno a uno, pues era Lilith y Astarté, y no había forma como pudiera yo vencerle, y no quería vencerle.

Me habría entregado al demonio mismo si algún provecho me trajera, en su lugar me propuse abrir una zanja, y escarbé, escarbé tanto, con las manos nada más, no sabía que tanto debía escarbar así que seguí y pasaron muchas noches y la oscuridad de aquel abismo se hizo todavía mas negra que la de mi ceguera, tanto que algunas veces se me olvidaba que estaba ciego y deseaba encender una luz, el suelo se empezó a poner lodoso y supuse entonces que era suficiente, me senté en el suelo listo para morir, podría haber muerto esa misma noche o la noche siguiente, pues todas las noches eran iguales y los días eran noches también pues todo era tinieblas, no sabía en qué terminaría todo aquello pero empecé a sentir que a pesar de mi cuerpo infantil, la barba me asomaba, y era anciano ya sin dejar de ser niño.

Sentí entonces que corría otra vez sangre de mis cuencas vacías, sangre tibia que brotaba de ningún lado, sangre rala y tibia que ahogaba por pocos mis suspiros que se iban convirtiendo lentamente en sollozos y entonces comprendí que no era sangre sino lágrimas que poco a poco se iban amontonando en mis cuencas y sobre las cuales se formaba una capa de sangre que se entretejía como una telaraña y se extendía con latidos hermosos, lentos y suaves, y de lagrimas que se cristalizaban en prisiones de sangre hecha burbujas, renacieron mis ojos y pude ver un resplandor de luz que me alentaba a seguir, a levantarme, a liberar a la amada mía del monstruo que la poseía, el monstruo que me había herido.

Continuará la próxima semana...

1 comentario:

Ana P. Cruz dijo...

Me encanta la forma en que usa los adjetivos, aunque cierta vez se los criticaron, pienso yo que eso es parte de su esencia y me aleghra muchisimo que lo siga haciendo, como le dije en aquella ocasion "ese es su toque de garcia marquez". . .me encanta el hecho de la barba siendo aun un nino. . .voy a buscar lo de Lilith y Astarte, por alguna razon mi mente tiene la idea de que habia escuchado esos nombres ya en alguna ocasion, ya quiero que llegue la otra semana. . . .