lunes, 23 de agosto de 2010

El Ocaso de la Espera. Se supone que la aguja marca el paso, pero empuja la silente luz postrera antes de tiempo.

La cera del museo de los años no se limpia con los paños roídos por las instancias, no, se nutre con fragancias del tiempo.

Ya los engaños de cuantas nocturnidades mostraron ser las histerias (historias no) de miserias. Pronto un haz de obscenidades nutrirá nuestras ciudades imaginarias y un puerto habrá de volverse huerto de cardos y espinos.

Algo me confunde, nada valgo ahora pues ya estoy muerto.

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