Son la cuatro de la tarde y ya es medianoche
y las hojas de los árboles se empeñan en asirse al invierno,
dejan caer sus gotas para que rueden
por las mejillas de mi ciudad,
las sombras huyen presurosas a ocultarse
tras otras mas grandes, infectan las calles,
las paredes y los techos,
el aire y el agua, el cielo,
vuelven el oro en plata.
Y cantan las aves al mismo tiempo,
empezamos a vivir, a abrir las ventanas,
a barrer las hojas secas,
y los puentes se llenan y se vacían tan rápido,
hay tanto ruido, tanto silencio,
tanta luz y tanta oscuridad,
hay tanta risa, hay tanto llanto
oro y plata
las sombras se empiezan a dispersar, a estirarse,
a trabajar también;
empiezan a perseguir a la gente.
La carcajada de mil bocinas resuena
por las calles de la ciudad,
pero no es mi ciudad.
es medianoche y son las ocho de la mañana.